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jueves, 2 de octubre de 2014

HE VUELTO: PAULULUM DE VITA

         El viernes pasado, fumando un pitillo apoyado en el muro del centro tras acabar jornada, se me acercó la compañera de filosofía y me hizo la siguiente pregunta intempestiva (y siempre inoportuna): “Oye, tú… ¿por qué estudiaste latín?”. Una vez recuperado tras casi apágarseme el cigarro, desvié el golpe con un argumento ad sartaginem: hazte allá, que me tiznas, con lo que, para mi tranquilidad, acabó hablando de por qué ella estudió filosofía: compañeros, juventud, ambiente político, salir de casa y toda esa serie de circunstancias exteriores en las estábamos de acuerdo que suelen envolver las grandes elecciones vitales.
            
         Harto de justificar para qué sirve el latín, lo que me faltaba es tener que explicar por qué lo estudié, pregunta tanto más difícil cuanto que incluye la otra y supone poco menos que un análisis de toda tu vida. Y un viernes al salir de clase. Obviamente no lo hice entonces allí (ni lo voy a hacer ahora aquí) y le prohibí a mi cerebro que pensara en ello. Pero como este obedece con dificultad, en protesta se empeñó en traerme a la memoria cosas de 30 años atrás.

             Por las fechas de publicación de los ejemplares que guardo, empecé a leer la revista Don Miki – cuyo enésimo intento de reimpresión por planeta deagostini tiene lugar estos días- con ocho o nueve años. Desde entonces, no he dejado de releerlo, aunque con intermitencias, claro. No puedo fijar la secuencia exacta, pero supongo que se asemejará a la siguiente: lectura repetitiva hasta los trece; vergüenza, rechazo y ostracismo  durante la adolescencia; descubrimiento un sábado universitario pasado en cama ahíto de salir y de leer sesudos tratados filológicos; olvido obligado durante los duros tiempos personales y familiares al acabar la carrera; redescubrimiento en tiempos ya alegres al mover tal mueble y… relectura hasta hoy con cualquier disculpa: limpieza, sobrinas, reediciones etc.

           No me acuerdo bien, pero supongo que de pequeño me gustarían las historietas más infantiles. De lo que sí estoy seguro es de cuáles son las que me gustan y releo desde los once o doce años: las de Donald, sobrinos,  Gil Pato (y Rockerduck, menos). En concreto, las que además de una buena trama tienen el hilo conductor del enfrentamiento: generacional, de clases, de caracteres. En ellos aprendí la mis primeros conceptos económicos y políticos (que preguntaba a mis padres):


 
     
       Por aquel entonces, error que persistió mucho tiempo, pensaba que las aventuras venían de EE.UU y simplemente las traducían. Me llamaba la atención, eso sí, que en la lucha entre fantastimillonarios el arriesgado, moderno y americano Rockerduck siempre llevaba las de perder ante el tacaño, tradicional y europeo Gilito. Después, con más uso de razón, sospechaba que las historietas retrataban nuestra sociedad y no la anglosajona. En todo caso, lo que tenía claro era que los guionistas habían pasado por la clase de latín:

   

  





        Una cosa que me chocaba es que en medio de un vocabulario de nivel muy alto  (superior, por cierto, a la de un bachiller medio de hoy: he hecho la prueba) había faltas de ortografía, especialmente con las haches. Cuando ya me había decidido por estudiar latín en la universidad, esto y otras pistas me llevaron a la conclusión de que estaban escritas originariamente en italiano:




             Después, ya con Internet, me enteré de que la revista se producía en diversos países, entre ellos, en Italia: la revista Topolino, donde publicaron guionistas como Rodolfo Cimino, Silvano Mezzavilla, Romano Scarpa y tantos otros (sin olvidarme de los dibujantes: Massimo de Vita), Desde aquí rindo homenaje a estos maestros míos por la  geografía, historia, derecho, mitología y vocabulario que aprendí y también por…

… presentarme al primer profesor de latín del que tuve noticia, en:

 Patomás y la escuela del Krimen

 
Todo empieza cuando el Tío Gilito va en busca de su sobrino para un trabajito:




 Un profesor de latín aún más peculiar de lo habitual:
  

 









         
Entre los muebles buscan un mensaje que dé una pista del escondrijo del dinero, pero los antiguos discípulos latinistas diurnos reaparecen y les ponen las cosas difíciles:




 











Donald se transforma en Patomás, se deshace de la banda y debe interpretar el mensaje en clave:


           
Las cus le llevan al gimnasio, pero allí debe elegir la solución correcta:


           

            Facilito, ¿no? Pero para mí entonces no lo era y tuve que esperar a que los tres sobrinos me lo desvelaran. Quién sabe si en mi decisión de elegir latín pesaron asociaciones de mi primer encuentro con un profesor de latín: con la doble vida y lo delictivo, con lo arcano y cifrado, con el reto a la inteligencia y la cultura usada con un fin útil, cuya interpretación (y en eso no me engañé) te da acceso a un tesoro...