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lunes, 13 de abril de 2015

LATÍN POR CIGARRILLOS (GÜNTHER GRASS, IN MEMORIAM)

[1. La inevitable muerte del último gran narrador del siglo XX es motivo sobrado para volver a estas ingratamente abandonadas páginas y  pasar revista a la relación del gran autor alemán con el latín.]
[2. Tanto en la Trilogía de Danzing como en El Rodaballo, Günter Grass hace escuetas referencias al estudio del latín. Aunque no soy capaz a bote pronto de citarlas (y menos de deslindar lo autobiográfico de lo fingido), básicamente se pueden clasificar en dos tipos: a) observaciones fugaces a sus encuentros sucesivos (escuela, monaguillo, instituto, por libre) con la lengua confesando que nunca llegó dominarla, pero siempre con un cierto respeto por ella;  y b) tributo de admiración (y de mala conciencia por la pasividad)  hacia su profesor de latín Richard Stachnik, político y teólogo católico depurado por los nazis. Valga por todos este fragmento del capítulo titulado Dr. Stachnik  de El Rodaballo, “En el Segundo mes”:]

Cuando usted (con poco éxito) era mi profesor de latín y yo un atontado miembro de las Juventudes Hitlerianas (…) Como silencioso adversario del Nacionalsocialismo, debía andarse con cuidado. Y, sin embargo, lo persiguieron hasta en la enrarecida atmósfera del colegio; lo que apenas molestó a nuestras duras cabezas de colegiales.

Para nosotros, usted, con su severidad latina, fue un extraño…

Pero es en su autobiografía  Pelando la cebolla (2007) donde  Grass da las claves reales de sus narraciones de ficción. Así el citado profesor Stachnik:

“Y cuando mi profesor de latín, monsignore Stachnik, volvió al cabo de unos meses y siguió enseñando, tampoco hice preguntas insistentes (…) Bueno, de todas formas él tampoco hubiera podido responder. Así solía ocurrir por todas partes al salir de un campo de concentración (…)”

Sin embargo, mi silencio debió pesarme bastante, porque de otro modo difícilmente me hubiera obligado a levantar a ese profesor de latín, en otro tiempo presidente del partido de centro del Estado Libre, como incansable valedor de la beata Dorotea de Montovia en mi novela El Rodaballo.

Hacia mediados de los setenta fue a visitarlo, ya retirado en un convento, para hablar de los viejos tiempos. Ahí confiesa de pasada:

       Que yo había sido mal alumno de latín parecía haberlo olvidado benévolamente

Más adelante cuenta su intento de volver a retomar los estudios tras la guerra, alentado por un compañero que le convence diciéndole: “¡Compréndelo de una vez! Un hombre sin bachillerato no cuenta!”. Aquí podemos entrever fugazmente su actitud ante la asignatura:

       “Apenas se podía guantar aquello más de una hora de clase. En la primera se rumiaron cosas en latín. Eso podía pasar aún. El latín es el latín”.

Curiosamente, tras abandonar los estudios y trabajar en una mina es cuando realiza su tercer y último intento para aprender latín: 
fue a lo largo de esa incesante y difusa búsqueda de sentido en la que el chico acoplador… iluminado sólo por su lámpara de carburo, comenzó a empollar los vocablos y leyes de bronce de una lengua muerta.

Aquella situación absurada se mantuvo con tanta claridad que, todavía hoy, me oigo conjugar verbos. No hay duda: aquel chico acoplador que, 950 m. por debajo de la corteza, trata con empeño y obstinación mejorar su miserable latín soy yo. Como en su época escolar, hace muecas mientras recita la máxima aprendida: qui quae quod cuius cuius cuius

       Me  burlo de él, lo llamo “personaje cómico”, pero no se deja distraer, quiere llenar con algo el vacío, aunque sea con los desechos de una lengua muerta que su compañero del campamento de Bad Aibling dominaba y había calificado de “dominadora del mundo para siempre”. Más aún: Joseph afirmaba incluso que soñaba según las inquebrantables leyes de esta lengua.

       Gramática y diccionario me los prestó con buena intención una profesora de instituto jubilada…que a cambio de una pequeña retribución –los cigarrillos del no fumador- se ofreció a darme clases particulares en su buhardilla.


  -     Un poco de latín no puede hacer daño a nadie -fue su consejo.


[3. Las circunstancias familiares le impidieron seguir su empeño. En fin, aunque es cierto que nunca llegó a pasar de la fase memorística (el mismo ejemplo qui quae quod cuius… lo cita en El gato y el ratón) me quedo con el único intento que conozco de aprendizaje de latín bajo tierra- una especie, además, de tabla de salvación psicológica- y sobre todo con la magnífica frase de esa profesora con la que en la posguerra Grass intercambiaba cigarrillos por …¡latín! Hasta muy pronto.]

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